
Perder el miedo a la soledad

Aburrirse para crear
De hecho, las grandes obras de la humanidad se han llevado a cabo gracias al aburrimiento. Seguramente, Miguel de Cervantes escribió El Quijote porque se aburría en las tórridas tardes del verano castellano y empezó a imaginar una historia sobre un caballero andante. Así, poco a poco, plácidamente, empezó a escribir su gran obra y el aburrimiento trocó en dulce entretenimiento, diversión y finalmente pasión. El aburrimiento placentero también me hace pensar en el dolce far niente italiano, el dulce no hacer nada.
Para la generación burguesa de las décadas de 1950 y 1960 en Roma, el hecho de no tener ninguna ocupación, dejar pasar el tiempo entre libros, arte, amor y seducción era uno de los mayores placeres de la vida. ¡Aburrirse puede ser dulcemente agradable! En todo caso, el aburrimiento no supone ninguna amenaza seria: aburrirse no es peligroso para la integridad física, no hay ningún tigre acechando… ¡En fin, no hay que tenerle miedo! En el peor de los casos, puede ser un poco incómodo, pero no demasiado. Saber aburrirse, no asustarse por ello, sacarle partido o, al menos, tolerarlo, es una cualidad importante para aquellos que quieran tener una vida emocionante. Parece paradójico y quizá lo sea, pero es así: aburrirse de vez en cuando es una condición necesaria para tener una vida emocionante.
Todo aventurero tiene momentos de hastío en el devenir de sus aventuras: largas horas esperando en un aeropuerto, quedarse dos días atrapado en un pueblo perdido sin transporte, etc. Más adelante, en este libro, veremos que la tolerancia a la frustración es una habilidad muy valiosa, pero, además, si nos relajamos, no lo sufriremos tanto y, a cambio, obtendremos una especie de pasaporte para hacer lo que queremos hacer.
¡Socorro: no me puedo decidir!
Y algo parecido pasa en el ámbito de las decisiones: a veces, nos entra un miedo irracional a decidir. Como veremos a continuación, este problema se debe a que desarrollamos lo que yo llamo «el complejo de Damocles». Recuerdo un caso de dificultad para decidir bastante curioso. Un paciente llamado Bruno vino, en una ocasión, a la consulta bastante abatido porque su principal afición, la que le daba más placer, se había arruinado aquella semana por un problema de indecisión. A Bruno le gustaba mucho acudir a un servicio de prostitución de lujo de Barcelona. Iba, sin falta, una vez por semana. Me explicó que, la última vez, la madame le había mostrado, como era habitual, un álbum de fotos de las chicas disponibles. Bruno se fijó en dos de las profesionales: una era rubia, alta y con clase. La otra morena, curvilínea y sensual. Le gustaban las dos por igual. Pero, de repente, no sabía por cuál decidirse.
Al cabo de media hora de intenso debate interno, la madame se encaró con él: —¡Oye, chato, decídete o te largas! ¿Qué te piensas que es esto, una biblioteca? Bruno, presionado por la situación, escogió al azar, pero me confesó: —Una vez con la chica, no pude disfrutar nada. Todo el rato pensaba en que tenía que haber elegido a la otra. De hecho, ni siquiera pude acabar. ¡Me dio mucha rabia, con lo caros que son estos servicios! El problema de Bruno, como en todos los casos de indecisión, es que no podía permitirse fallar. Él mismo se presionaba hasta tal punto que le resultaba muy difícil escoger. Por culpa de sus valoraciones mentales, la persona ve como algo insoportable «no disfrutar tras haber invertido mucho dinero», y esa obligación de gozar introduce demasiada presión en el acto sexual.
Las personas con dificultades para decidir crean siempre, en su mente, dos alternativas peligrosas, y se ven atrapadas entre ellas como Damocles con su espada. En el caso de Bruno: «Estar con la rubia cuando la mejor es la morena» o, al revés, «Decidirse por la morena y perderse la rubia». En su mente, ambas posibilidades de error eran terribles porque el elevado gasto que le suponía su afición semanal le obligaba a disfrutar al máximo. La solución para los indecisos siempre pasa por darse cuenta de que ninguno de los dos fallos son «terribles»: pueden ser «un poco malos», pero nada más. Es decir, aunque falle, Bruno sobrevivirá y podrá ser feliz.
En este capítulo hemos aprendido que:
1. La soledad y el aburrimiento NUNCA pueden ser sensaciones muy desagradables, a no ser que te convenzas a ti mismo de ello.
2. La dificultad neurótica a la hora de tomar decisiones es fruto de terribilizar sobre las consecuencias negativas de los errores.
3. Esos errores y sus consecuencias no son horrorosos, así que relájate. Verás que ahora sí es fácil decidir.