
Superar el miedo al ridículo

La vergüenza no mata
Efectivamente, la experiencia de hacer el ridículo es un poco desagradable, pero no es el fin del mundo. De hecho, no deja secuelas físicas ¡como la ceguera o la pérdida de un brazo! Es decir, no es tan malo como nos solemos decir a nosotros mismos. Si perdemos miedo al hecho en sí de pasar vergüenza, nos daremos cuenta de que, muchas veces, el ridículo vale la pena si a cambio obtenemos beneficios. Levantar la mano en clase para preguntar puede dar un poco de reparo, pero es conveniente, y el cosquilleo en el estómago pasa muy rápido. Invitar a una chica a salir nos provocará un nerviosismo repentino, pero si acepta, ¡qué pasada!
Existen deberes conductuales que algunos psicólogos emplean para enseñar la lección de que la vergüenza no mata a nadie. El objetivo de esos deberes es que los pacientes experimenten la emoción del ridículo una y otra vez hasta que se habitúen a ella. La idea es que las personas se expongan de forma gradual. Albert Ellis, el padre de la psicología cognitiva, proponía a sus pacientes que pidiesen dinero por la calle. Por ejemplo, pedir un euro a veinte personas desconocidas, todos los días, durante una semana completa. Para las personas muy vergonzosas, «hacer de mendigo» es una práctica bastante difícil. La siguiente tarea contra la vergüenza podría ser ir en metro y anunciar las paradas en voz alta cuando el tren llegue a sus destinos.
Los otros viajeros pensarán que uno está loco, y se suele pasar bastante vergüenza. Por último, recuerdo uno de los ejercicios más avanzados que proponía Ellis, que consistía en coger una correa de perro y atarla a un plátano. Se trataba de pasear la banana por la calle simulando que la tratamos como a una mascota. Todos estos ejercicios tienen como objetivo perderle el miedo a la vergüenza a base de exponerse una y otra vez a ella y darse cuenta de que después de haber hecho el ridículo la vida sigue igual. Otra de las opciones clásicas para dejar de ser muy vergonzoso es apuntarse a un curso de teatro.
La disciplina de las actuaciones delante de un público también inhibe el miedo al ridículo. Tengo que admitir que todas estas estrategias tienen cierta efectividad, pero yo no las recomiendo. Pienso que es más eficaz e inocuo darse cuenta (con el pensamiento) de que no sucede nada por pasar un poco de ridículo. Esto es, es mejor trabajar a nivel mental (o cognitivo) que conductual. Al final de este libro, en el último capítulo, explicaré con más detalle la diferencia entre el enfoque cognitivo y el conductual.
El gregarismo tonto
La vergüenza o el miedo al ridículo también se sustenta en la creencia irracional de que la aprobación de los demás es algo esencial. Y la verdad es que no la necesitamos. Es agradable que la gente apruebe todo lo que hacemos y pensamos, pero en realidad no es más que eso: un poco agradable. La aprobación de los demás no aporta mucho más. Si lo pensamos bien, sólo podemos mantener un número limitado de buenos amigos. Cinco o seis, quizás. Es difícil tener un mayor número porque a los buenos amigos hay que cuidarlos y eso toma su tiempo: llamarles, ayudarles, planificar actividades juntos, compartir alegrías y tristezas. En consecuencia, sólo nos tiene que importar ese grupo de amigos, porque el resto de la gente no ejerce una influencia sobre mi mundo.
Por lo tanto, no nos tiene por qué importar la opinión de los demás. Por otro lado, es recomendable rodearse de buenos amigos y éstos son aquellos que nos aman como somos. ¡Sí: con todos nuestros defectos! Con ellos podremos mostrarnos como somos y nos querrán y respetarán. Por lo tanto, tampoco hemos de tener miedo al ridículo con ellos. De hecho, es sano hacer el tonto delante de las amistades y comprobar que eso no hace mella en la calidad de la relación. Recordemos que todos somos valiosos y que nuestra única cualidad importante es nuestra capacidad de amar.
En este capítulo hemos aprendido que:
1. La vergüenza y el ridículo son sensaciones molestas, pero experimentarlas de vez en cuando no es el fin del mundo.
2. Nos liberamos definitivamente de la necesidad de aprobación de los demás cuando comprendemos que «estar abajo» no es ningún problema. Ser capaz de «estar abajo» de buen humor te hace superior y te permite disfrutar más de la vida.
3. La vergüenza y el temor a hacer el ridículo se vence pensando bien; no enfrentándose a él.
4. Nadie «necesita» a nadie, así que tampoco necesitamos la aprobación de los demás.